
Una familia mirando la televisión. Un televisor mirando a la familia. Una especie de juego macabro del que todos los días somos partícipes. Sobre esto Roger Silverstone nos afirma que “no podemos evadirnos de la presencia de los medios, ni de sus representaciones. Hemos terminado por depender de los medios impresos y electrónicos para nuestros placeres e información, confort y seguridad, para tener cierta percepción de las continuidades de la experiencia y, de vez en cuando, también de sus intensidades”. Los medios de comunicación son centrales en nuestra vida cotidiana y por eso, su estudio debe considerarlos como parte de “la textura general de la experiencia”, tal como postula Silverstone.
Al hablar de la “mediatización de la experiencia”, término utilizado por María Cristina Mata, damos por entendido que todas las situaciones de la vida cotidiana están atravesadas por los medios de comunicación. La experiencia cotidiana queda relegada frente a la experiencia mediática. De ese modo, tenemos la percepción de que el mundo existe más allá de la esfera de nuestra experiencia personal porque la difusión de los productos simbólicos nos ha permitido romper con los horizontes espaciales, y el poder de nuestra comprensión se ve ampliado notoriamente. No obstante, surge una problemática o, lo que Mata considera como la “confusión entre el mostrar/ver y el ser/saber”, en donde los medios representan la realidad tratando de convencernos de que es un fiel reflejo de la misma.
Claramente, esto no podría ser posible sin la confianza depositada en los medios de comunicación para la construcción de la “realidad”. Esta confianza, es más bien un pacto de fe con los medios, obviamente producto de un montaje cultural, porque no nos queda otro remedio que creer en la narración de la realidad de los medios, debido a que nos es imposible asistir a todos los hechos que ocurren cotidianamente. Quizás la siguiente frase de Silverstone refleja gran parte de lo mencionado anteriormente: “Cuando los significados emergentes cruzan el umbral entre los mundos de las vidas mediatizadas y los medios vivientes, y a medida que cambian los planes, cuando la televisión, en este caso, impone, inocente pero inevitablemente, sus propias formas de expresión y trabajo, sale de las profundidades una nueva realidad mediatizada, que rompe la superficie de un grupo de experiencias y ofrece, demanda otras”.
En la actualidad resulta difícil pensar a la casa sin los medios de comunicación. El televisor encendido u apagado, siempre disponible, está inmerso en la cultura de la familia. Silverstone considera que las pantallas del televisor o la computadora “son puertas y ventanas que nos permiten ver e ir más allá de los límites del espacio físico de la casa y más allá incluso, de la imaginación”. Nuestras experiencias en el hogar están determinadas por las circunstancias materiales, hechos de la vida cotidiana, y en cómo son articulados con los recuerdos. Silverstone resalta que “las historias del hogar corren como venas a lo largo del cuerpo social, y esas historias ya no están libres de los medios”. Nada resulta tan cierto como su afirmación de que “el hogar se ha convertido en un espacio mediatizado y los medios como un espacio domesticado”.
La cultura mediática impone la sensación de creernos que somos omnipresentes, porque al encender la televisión o abrir un diario nos embarcamos en un acto de “trascendencia espacial”, ya que si bien estamos en nuestro hogar, la identificación física contrasta con el planeta. Tal como refleja la imagen, el acto de que toda la familia se haya juntado en torno a un instrumento tecnológico los aleja de su propia realidad, de esa realidad que los atraviesa y con la cual deben convivir todos los días, para darles la posibilidad de presenciar como propio un suceso espacialmente muy alejado.
Como nos plantea Mata, “los modos de concebir el tiempo y el espacio (condición para la articulación de las relaciones sociales no mediadas por los lugares) son modificados por la desarticulación del tiempo y el espacio de situaciones o lugares específicos mediante el vaciamiento (abstracción de las nociones anteriormente mencionadas), para en su lugar, imponer un nuevo régimen espacio-temporal: el de la coexistencia”. De ahora en más, las formas simbólicas están disponibles más allá del tiempo en que nosotros actuamos en los medios de comunicación, porque el espacio se ha transformado en un escenario y una práctica cotidiana. Sin embargo, compartir un espacio no es necesariamente poseerlo, su ocupación no nos da obligatoriamente derechos. Justamente aquí radica una cuestión importante, porque tal como afirma Silverstone, “nuestras experiencias en los espacios mediáticos son particulares y a menudo fugaces, rara vez dejamos una huella”.
Para Mata, “resulta innegable la centralidad que han adquirido los medios de comunicación en nuestra vida cotidiana, tanto como fuentes informativas y de entretenimiento, como plataformas privilegiadas para la construcción de imaginarios colectivos entendidos como espacios identitarios nacionales, epocales y generacionales”. Asistimos a una cultura articulada en base a los medios y las tecnologías como una nueva matriz para la producción simbólica dotada de un aparato propio sumamente complejo, que ha permitido expandir el alcance de los medios a ámbitos donde la interacción personal y la influencia institucional no llegaban. Los medios de comunicación han transformado nuestras vidas porque fueron capaces de diseñar un nuevo modo de articulación de las interacciones, es decir, nuevas formas de estructuración de las prácticas sociales basadas en la existencia de los medios como condición fundamental. Se han convertido en sustitutos de las incertidumbres habituales de la vida cotidiana, al generar continuamente los modos de vivir el momento, creando más defensas contra la intrusión de factores externos. En relación a esto, se puede pensar que vivimos “anestesiados tecnológicamente”, en el sentido de que cada vez más el mundo y sus problemas se nos hacen ajenos, pero al mismo tiempo, cada vez más nos sentimos más parte de ese mundo.
Por otro lado, es interesante observar en la imagen cómo la televisión ha sido incorporada a la rutina diaria, convirtiéndose en un miembro más de la familia, con el que se comparten actividades sociales. Al ver a los niños con sus padres concentrados y entretenidos con un programa televisivo, se puede afirmar que han establecido una especie de vínculo sentimental, por lo menos temporariamente. Este sentimiento contemplativo de adoración, puede ser producto de un encantamiento, como sostiene Silverstone. No es erróneo pensar que para la familia, la televisión aparece como una fuente y ámbito de magia y misterio. Se puede decir que se encuentran hechizados por la magia del televisor, por lo cual, éste último deja de ser una mera máquina para convertirse en la fuente del encantamiento. De este modo, “ la tecnología pasa a tener un poder inmenso, donde la participación de la familia se encuentra circundada por lo sagrado, mediatizada por la ansiedad, abrumada, de vez en cuando, por la alegría”, tal como dice Silverstone.
Para estas personas atrapadas por el hechizo de las tecnologías, la televisión parece haberse convertido en un sistema de instrucción. Raymond Williams afirma que “las instituciones de las nuevas tecnologías nos enseñaron, de forma inmediata, tipos de discurso, puntos de vista, lemas, anuncios rimados y ritmos. En un plano menos inmediato, difundieron mediante la práctica reiterada, ciertas convenciones de relación, de comportamiento, de perspectivas personales y sociales”. La familia ilustra a la perfección esto último, cuando se la puede observar dispuesta de una forma espacial compactada para ver la televisión, adoptando un lenguaje corporal concatenado con la pantalla.
Por Gonzalo Martin.
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