
En la vorágine del mundo en el que vivimos, se hace necesario frenar. Detenernos y analizar dónde estamos parados y hacia dónde queremos ir. En este sentido, Daniel Mato propone explicar y argumentar su teoría sobre la necesidad de desfetichizar eso que todos llamamos globalización. Este autor advierte a quienes demonizan la globalización, que están cometiendo un error grave: la represetan como si se tratara de una fuerza suprahumana que actuaría con independencia de las prácticas de los actores sociales. Es por eso, dice Mato, que no se detienen a analizar cómo participan diversos actores sociales en la producción de formas específicas de globalización. En este contexto, la propuesta del autor se basa en estudiar las interrelaciones de tipo global-local entre las prácticas de los actores, con una mirada cultural, observando especialmente cómo se produce el sentido común de esta época, y más específicamente ciertas representaciones de carácter hegemónico que orientn las transformaciones sociales en curso. Así es que plantea no hablar de “globalización” en singular, sino de procesos de globalización, ya que esta expresión sirve para designar de manera genérica a los numerosos procesos que resultan de las interrelaciones que establecen entre sí actores sociales a lo ancho y largo del globo y que producen globalización, es decir, interrelaciones complejas de alcance crecientemente planetario. Vale aclarar, en concordancia con Mato, que la globalización no es un fenómeno unirideccional, sino que juega en múltiples direcciones.
Haciendo referenci a la importancia que tienen los actores sociales dentro de los procesos de globalización, no se puede dejar de mencionar el papel cada vez más protagónico que toman los jóvenes dentro de estos procesos. En este sentido, Roxana Morduchowicz plantea que los jóvenes viven una experiencia cultural distinta, nuevas maneras de percibir, de sentir, de escuchar y de ver, directamente relacionadas con la utilización de tecnologías de la información y la comunicación. La autora plantea que “la relación (de los jóvenes) con los bienes culturales como lugar de negociación-tensión con los significados sociales; el consumo cultural como forma de identificación-diferenciación social y la consolidación de una cultura-mundo que repercute en los modos de vida, en los patrones socioculturales, en el aprendizaje y, fundamentalmente, en la interacción social”.
La imagen seleccionada para abordar este eje simboliza la supuesta homogeneización que producen las nuevas tecnologías, representando a cada continente con una tecla de una computadora. Esta falsa de idea de igualdad esconde los fenómenos de fragmentación social y el creciente aumento de la brecha entre países ricos y pobres, entre incluídos y no incluídos. En este contexto se establece la idea propuesta por Thompson: “el desarrollo del sistema global sería esporádico y desigual: relejaba fluctuaciones en la actividad económica y asimetrías fundamentales en la distribución del poder”. Estas lógicas se dan también entre los jóvenes, y Morduchowicz lo plantea en su investigación. La autora manifiesta que la relación de los jóvenes y las pantallas no puede abordarse sin tomar en cuenta las brechas sociales que existen entre los jóvenes “conectados” y los “desiguales y desconectados”. En su trabajo, Morduchowicz comprende que los incluidos son quienes están conectados, mientras que los otros son los excluidos, quienes ven rotos sus vínculos al quedarse sin trabajo, sin casa, sin conexión. En este sentido, y como lo plantea la autora, “estar marginado es estar desconectado”.
Por Manuela Papaleo
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